20 Nov Antes de que nazcas
«Los cuentos infantiles sólo afirman que las manzanas eran doradas para traernos a la memoria el momento olvidado en que descubrimos que eran verdes. Hacen que en los ríos corra vino para recordarnos por un instante que en ellos corre agua.»
—G. K. Chesterton, Ortodoxia.
Semanas antes de que naciera nuestro hijo, escribí este texto:
Meses antes de que te conociéramos, tu padre solía tumbarse embelesado mirando la tripa de tu madre, esperando, como una estrella fugaz, ese breve momento en que te movías dentro de ella, deseoso de salir a este mundo. ¡No querrías salir del vientre de tu buena madre con tanta impaciencia si no vinieras cargado de inocencia! Pero igual que tú vienes cargado de inocencia, nosotros venimos cargados de esperanza. Tus padres, que han sido personas con vidas afortunadas, han cometido la osadía, haciendo uso de su facultad creadora, de intentar reproducir –es decir, perpetuar– lo que ellos vieron y sintieron a lo largo de los 28 años que transcurrieron hasta que pensaron en ti.
Hablemos primero de la vida afortunada, pues pudiera parecer que según este criterio quedaría proscrita mucha gente. Nada más lejos de mi intención. Quizá no es tan difícil ser afortunado como saber que se es. Es afortunado quien tiene un techo, pero también quien tiene una patria espiritual. Es afortunado, claro, quien tiene salud, pero también lo es quien tiene un amigo. Es afortunado quien se hace preguntas, porque sólo al interrogarnos podemos conocer nuestro lugar. Es afortunado no sólo quien tiene un trabajo para llevar el pan a casa, sino quien es capaz de llenar su esfuerzo de sentido. No es afortunado el que sufre, pero sí el que sufre con esperanza. Es afortunado quien se enamora, quien se deja tocar por la belleza de una música, quien todavía se sorprende. En definitiva, quien sea afortunado debe ser agradecido, pero sólo siendo agradecido se puede ser afortunado. Y, ya lo habrás adivinado: tú eres fruto de nuestro agradecimiento.
Pero si, Dios no lo quiera, nunca llegaras a conocer a tus padres, ¿cómo podrías averiguar que tuvieron una vida afortunada? Pues por la misma razón de tu existencia: puedes saber que tus padres tuvieron una vida afortunada porque, de lo contrario, ¿cómo podrían dos personas cometer la maldad de traer voluntariamente a alguien a un mundo, para ellos, indeseable? ¿Acaso podría salir de un acto de amor una condena –es decir, la propia existencia–? O, dicho de otro modo, ¿podría llamarse amor al acto voluntario que precipita una nueva alma a un mundo espantoso? Observa que digo voluntario, porque nada puede ser amor si no nace de la voluntad. Y con ese amor fundado en la voluntad piensan tus padres guiarte de la mano hasta que tú te revuelvas para soltarte de ella.
Cuando nazcas serás otro precioso eslabón de la cadena infinita de causas que remitirá al mismo Principio. Cuando nazcas te hablaré de la cabaña en el árbol y de mi grupo de música. Cuando nazcas, te parecerá inalcanzable la última balda de la librería, y cuando crezcas comprobarás que, efectivamente, algunos de esos libros te podrán llevar hasta las alturas. Cuando nazcas lloraré a escondidas por el tiempo que dejaré de estar contigo para intentar darte lo mejor. Cuando nazcas te hablaremos de la belleza y la verdad para que, si algún día descarrilaras, recuerdes tu estrella de Oriente. Cuando nazcas tendré el motivo definitivo para ser mejor. Cuando nazcas, tu madre y yo habremos lanzado un globo sonda a la Eternidad.
Cuando nazcas, vendrás con dos certezas bajo el brazo: que alguien te quiere, y que hay razones por las que merece la pena venir a este mundo.
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