15 Feb Eaea
Hoy quiero dedicar esta entrada a romper una lanza en favor de nuestra candidatura a Eurovisión. Vaya por delante que, tras ver galas anteriores o fragmentos de ellas, es un concurso que en líneas generales me parece que tiene más bien poco de rescatable, no por la idea, sino por sus esperpénticas ejecuciones, pues son pocos los candidatos que deciden honrar el concurso. Si se quiere hacer honor a la medida actual del concurso, la candidatura que más se adecuó –a la medida del concurso, insisto– fue el Chiki-chiki. Fuera de bromas, nunca está de más intentar tomárselo en serio, como ocurrió con la candidatura de Chanel o como ocurrió con Salvador Sobral.
Siendo un festival creado para promover el encuentro y la comunión cultural de los países de Europa tras la SGM, parece una buena ocasión para mostrar algo de idiosincrasia de España. Por eso se agradece que, en vez de ejercer de colonia anglosajona con anodinos y/o empalagosos temas de pop o hacer reguetones puertorriqueños o colombianos, se haya optado esta vez por una base de bulerías y una letra íntegramente en español, sin forzados estribillos en inglés ni un espanglish que, desde luego en España, no se explica en absoluto.
Algo, probablemente en la producción, hace que la canción, que en su propuesta me parece acertada, termine quedando demasiado clínica, aséptica, insulsa. Supongo que la frialdad enlatada normalizada en un concurso así lo explica en parte. La reverb pretenciosa, y el melisma inicial buscan la ya tradicional épica eurovisiva, y no pude evitar pensar en Lisa Gerrard en la banda sonora de Gladiator. También la apuesta por lo sintético, por los arpegiadores (que desafortunadamente se mantienen indiferentes a las hemiolias del compás), por la austeridad instrumental trapera de moda, reticente a las frecuencias agudas, termina clamando por la orfandad a la que aboca la ausencia de una guitarra o algún elemento percusivo aparte del bajo que aporte brillantez. De ahí que, en general, la canción me parezca que luce desfallecida a mitad de camino en su búsqueda de solemnidad. No me parece que ocurra así en Bulerías, del disco Motomami.
La espasmódica coreografía quizá responde más a esa autoimposición de espectáculo y pirotecnia que a las necesidades de la música y la letra, aunque quizá me esté saliendo del tiesto. Frente a la protocolaria y obscena SloMo (afortunadamente la temática sexual y el «empoderamiento» no implican ser soez), Blanca Paloma trae el tema de la maternidad para resarcir a Rigoberta Bandini, asunto siempre hermoso y especialmente ahora oportuno de homenajear, pero esta vez sin la reivindicación de aquélla. De nuevo aparece el pecho, y también aparece la muerte, la muerte de la madre, que desde la luna quiere seguir encontrándose con su criatura cada noche. La vida del nacido, la muerte de su dadora, y la eternidad; en torno a estos tres temas gira la canción, que no necesita una letra kilométrica ni rebuscada para saber tocarlos desde un género popular.
Con todo, me permito la licencia de decir a mis tres lectores que me parece una candidatura adecuada en composición, letra e interpretación, aunque haya dicho aspectos de la producción que no me terminen de agradar. No sabemos si tendrá éxito o no, quién sabe, pero en este blog el voto de la mayoría nos importa bien poco para juzgar si una candidatura es acertada o no. De hecho, por eso no me explico que algunos que abjuraron de la candidatura de Chanel el año pasado se retractaran tras conocer su resultado, así como tampoco me explico que los que la apoyaban se crecieran más después de las votaciones. Es ya habitual estos años que el artista, que tan bien canta, lo arruine todo cuando habla fuera del escenario; ojalá se huya de la polémica baratera, de burocráticas reivindicaciones, y se vaya con la música por delante.
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