01 Ago Sobre los destinos vacacionales
El verano se ha convertido en la época del año en que todo el mundo se nos muestra en las redes sociales como poco menos que millonarios. Aguas turquesas, barcos, playas solitarias, cenas opulentas con platos con una magnífica presentación, cócteles coloridos, lugares exclusivos, festivales… El mundo influencer ha hecho un gran aporte a la sociedad extendiendo la estética de la presunción y el despilfarro, donde todos aportamos nuestro granito proselitista. La humanidad siempre estará en deuda por semejantes contribuciones.
Cuando veo algunos lugares de Toledo, mi ciudad, llenos de basura arrojada por los turistas, que luego causará incendios, pienso: ¿acaso la fiebre turística invita hoy a tratar los lugares de otro modo?
El caso es que cuanto más insensibles somos a la belleza, cuanto más embotados estamos por el estrés, cuanto más persuadidos estamos por lo que Prada llama el ‘consumo bulímico’, más fuertes tienen que ser las impresiones que reciba nuestra retina para conmocionarnos mínimamente. Por eso los lugares de moda, donde la gente se recrea en una suerte de turismo aspiracional, de marcadores de estatus –una mímesis girardiana–, son lugares vistosos, donde la belleza no sólo se encuentra fácilmente, sino que se es bombardeado por ella, avasallado, acosado por ella. Es, digamos, belleza a martillazos.
Afortunadamente, la belleza se encuentra en muchos más lugares, pero son lugares donde una mirada estresada, abotargada, saturada, nunca se posaría. Son lugares donde no se mercadea con la belleza, donde no se le da un empujón violento para lanzarla a nuestros brazos, donde no se exhibe en un escaparate para nuestra delectación, donde no existe el pensamiento de «he pagado para esto». Son lugares donde el espíritu debe estar en disposición de salir a su encuentro; la Belleza siempre nos interpela. Lugares, en fin, donde lo poco que se nos exige es lo que casi nunca tenemos: tiempo, salud en nuestra mente, salud en nuestro espíritu.
Con una mirada distraída, incluso lo más bello se nos aparecerá simplemente como bonito. Es así como me explico que haya tenido una experiencia estética más gozosa comiendo una tortilla precocinada en mi terraza que comiendo un cóctel exquisito en un lugar diseñado para epatar al comensal. También así me explico que, tras tantas veces que he visto con indiferencia ponerse el sol en el campo que hay cerca de mi casa, haya bastado una tarde con el corazón sereno para tener unos minutos de contemplación más intensos que en cualquier playa paradisíaca que ahora mismo recuerde. Igualmente me explico por qué muchas veces escucho impasible obras que son sublimes. La belleza está ahí, pero no siempre estamos en condiciones de encontrarnos con ella.
Por ello el verano, el tiempo de descanso, quizá debiera plantearse, antes que como un bombardeo de experiencias que nos hagan olvidarnos de nuestra existencia, antes que como un cambio drástico de nuestro ritmo de vida y nuestro entorno del que soñamos deshacernos durante once meses, antes que como todo eso, que nos fatiga más que reconforta, como un tiempo para que podamos darle un respiro a nuestro corazón, aguzar nuestra mirada para desentrañar una belleza recatada, que exige de nosotros más que una mirada de voyeur, más que una mirada pasiva. Una belleza que, como los tesoros, pasa inadvertida y oculta en los recovecos de lo anodino y lo cotidiano.
jabugo4ever
Posted at 11:30h, 01 agostoVivimos a 1.000 por hora, idealizamos digitalmente lo propio anhelando la experiencia ajena…. ..aquí, ahora, ya!!!
Con nosotros en primer plano es muy difícil que la belleza nos encuentre.
Gracias por martillear la pantalla de mi iPhone, lo necesitaba!
Nando
Posted at 22:41h, 01 agostoPepe hay que descubrir la belleza en lo cercano que , a veces , pasa desapercibido .