Un preludio de Scriabin

Un preludio de Scriabin

Escuchar un preludio de Scriabin es lo más parecido a sentirnos inquiridos por el cielo estrellado. Sobre un mar, un hilo seductor, notas salpicadas desordenadamente en el lienzo infinito y oscuro donde el hombre torpemente trata de imaginar dibujos y constelaciones insondables. Luciérnagas en la densidad del bosque. ¿Qué acorde forma, adónde va, cómo lo reordeno para darle nombre? ¿Cuál es la forma? El acorde precioso, la apoyatura preciosa, se suceden como la estrella fugaz. ¿Cómo buscar la explicación en plena borrachera mística? Borrachera alegre o triste, borrachera serena. La borrachera de las síncopas, de los tresillos y los cinquillos en medio del rubato; borrachera de voces que se mezclan en susurros para revelarnos lo que no entendemos. Entre los guijarros de la playa, uno descubre un cangrejo ermitaño, criatura pequeña, diferente de los demás cangrejos ermitaños, cada uno con su color, cada uno con la forma de su concha… así descubre uno un preludio de Scriabin mientras pasea por el repertorio. Lo descubre como quien reencuentra una foto vieja, como quien tropieza con una piedra preciosa que cabe en el bolsillo, como a quien se le revela la extrañeza del mundo en un instante. ¡Pequeña caja de música que nos interrogas a todos!

¡Qué armonías nos ha regalado Scriabin!

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